jueves, 19 de marzo de 2015

Caminando por el borde de la avenida Warwick, dando paso a la gran plaza, la esperaba


Pasos lentos me hacían caminar sobre nubes, el sol cálido me acunaba, mi dolor no era más que algo estacional en esos previos segundos. Sabia que faltaba para la hora.
Paseando clave mis ojos en esa manta con todas esas hermosas piedras, observe aquellas dos, esas dos que me unirían a ella como un talismán, que la protegiera por mi, o de mi.

La tarde fue tranquila hablando con los vagabundos del vino, me alegro mucho el contacto humano que tuvieron conmigo tras casi un mes de no hablar con nadie. Me quede viendo como engarzaban los pequeños cristales con maestría. La hora se aproximaba y yo no me sentía ni mejor ni peor, estaba pensando en nada, esperando aquel momento, cuando todo termino, y llegara el momento. Al despedirme de ellos fui a buscar un banco cerca del punto de encuentro donde esperarle.
Todo tenia un color amarillo que el sol brindaba, sabia que era mi ultimo momento con ella, tal como le había prometido.
A mi izquierda apareció caminando lentamente, era tal como la estaba imaginando un pasado instante, incluso mejor. Me pare dando unos pasos hacia ella, tenia sus gafas ahumadas puestas y la miraba fijada en la nada. Saludo y la abrase, sentía el tacto de su pelo en mi, y su blando y sedoso cuerpo entre mis brazos. Me separe por unos centímetros y la invite a sentarse, estaba a mi derecha y todo se ilumino más con su presencia, me sentía extrañamente cómodo a pesar de todo, e intente no llorar mientras hablamos.

Me contó cosas, le conté algo, hay tanto, hay tanto que contar que seria demasiado pesado. Le regale cinco anillos; los anillos, ahora si estoy llorando. Los anillos que le compre al chico de la estación de colectivos, recuerdo la cara del tipo, recuerdo los anillos.
Le di un tarro de mermelada de duraznos de que mi abuelo preparo para ella, y uno de los cristales frescos engarzados para ella, diciendo que simple estaríamos juntos allí; y miro mi collar con el dado y me comento que también usaba el suyo, eso me hizo sentir muy feliz.

Al irse me acompaño hasta la estación, quedamos esperando juntos, quería ver sus ojos tras sus gafas, estaban tan hermosos como lo fueron la primera vez que realmente la vi, la amaba, y se lo dije, se lo dije llorando. Cuando el tren llego yo la mire y le pedí un beso, deseaba besarle, y abría dado mi vida por ello, pero no sucedió.
Entre en el vagón, la mire mientras el tren se alejaba, corrí hacia atrás observándola, mirándola, corriendo y mirándola hasta topar con el ultimo cristal donde me quede fijamente anclado hasta que desapareció. Quede observando la nada, terminando, sentado, desesperadamente llorando, mis lagrimas caían una tras otra y mi llanto sordo solo retumbaba dentro de mi corazón y mi tristeza. Esa vez fue la ultima vez.

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