Hablando de putas, recuerdo aquella
calle nocturna. La había oído infinidad de veces, en muletillas y
referencias. La identifique de inmediato sin conocerla, sin poder
ubicar anteriormente mi presencia en ella. La experiencia se unió a
las sensaciones del paseo nocturno, había algo de melancolía en mi,
y todos mis sentimientos se hicieron a un lado cuando las ventanas y
puertas abiertas de aquellas casas derruidas exhalaban una sexualidad
contaminada, impura, enfermiza. Luz siniestra, de colores vivos de
rápidas cortinas. Las imágenes trasmitían otros sentidos, flujo
vaginal en el fondo de mi garganta, látex usado dentro de mi nariz,
un tacto pegajoso en las palmas de mis manos. Nada de eso era
físicamente real, pero fue tan real como aquellas pasadas ocasiones,
tan autentico como mi cerebro lo quiso plasmar. Lo que fue amor era
un asco atroz.
Hablando de putas con mi mente, recordé
aquella escena de un pasado al cual no me podía aferrar con certeza.
Pensé en aquellas mujeres que me habían hecho daño en tantas
ocasiones, de maneras tan distintas y personales. Había dolor en
todo eso. Había un dolor ajeno imposible de modificar, las
realidades, un dolor personal de la impotencia de no ser capaz.
Lloraría en los pechos desnudos de cualquiera de ellas con la misma
incapacidad de cambiar.
Al bajar del trasporte publico, lo
anterior a lo anterior se hizo relato en mi andar. Iba caminando
creando un monologo precioso que solo surge en aquellos momentos tan
concretos. De esos que no se pueden volver a reproducir, y aunque el
resultado posterior sea bueno, queda el recuerdo roto de lo que
podría haber sido (ojala me comprara de una vez la grabadora).
No era una calle de prostitución, eran
calles de viviendas viejas pero bien cuidadas. Recordaban a la ciudad
en la que por primera vez nací. Una ciudad con una arquitectura
antigua pero bien definida.
Fachadas de rejas pequeñas y
fácilmente franqueables, rosales en el zaguán, un poco de césped,
ventanas abiertas y quizás alguna persona mayor sentada o
asomándose. Los arboles frondosos y altos rompen las ya descoloridas
baldosas de las aceras. Los paseos por esos espacios tienen algo
especial, algún algo de la idiosincrasia genética, más bien
cultural, pero sin tanta vivencia por mi parte. Algo ambiguo,
especial, sin nada en particular.
Al adentrarme más en la zona
comercial, los pensamientos se esfumaron con una lentitud apresurada.
A pesar de todo, seguía sintiéndome mal, de pronto mi pecho se
ahogo, pero sin la forma física ni efecto. Seguí, caminando normal,
experimentaba las cosas en un segundo plano al que mi cuerpo no poda
llegar. Quise llorar, pero me era imposible manifestar mayor apatía.
Sentía que nada me podía dañar, que el dolor era tan grande que
había agotado las posibilidades de manifestarse con la magnitud que
necesitaba desahogar. Podría romperme en aquella calle, desplomarme
ante los peatones que iban y venían, pudrirme ante las miradas
bajas. No seria lo suficientemente patético para la ocasión. La
muerte silenciosa que necesitaba no se produciría, por lo tanto
seguí, desinteresado totalmente de mi y de lo acontecido la noche
anterior. Las dudas ante cuestiones que no tendrían porque
afectarme, ya no se debatían.
Iba a sufrir mucho por aquella persona,
tanto y más como lo hice durante aquellos dos años que pronto se
harían tres. No podía alejarme de ella, pero podía alejarme de mi,
al menos eso pensé. No se que hacer, apenas me importa, pero es tan
solo otras de sus mentiras que hago mías. Unas mentiras contagiosas
para ocultar la realidad de sentimientos hermosos que no se quieren
expresar. Estoy solo, tan solo como me siento estar, puedo
abandonarla y no mirar para atrás, pero entonces seriamos dos
iguales, y el héroe soy yo. La única persona capaz de entender el
significado y aplicarlo. De todas formas ya estoy hundido en la
mierda... no estoy llorando, solo decepcionado.