Menos defunciones de las merecidas, menos de las que traerían paz a vidas que no son vidas. Mantener, como se mantiene vivo al torturado para jugar más tiempo con él, aprovechar cada aliento de cada grito de cada gota de sangre que fluye, seca y vuelve a fluir. Imitando las lagrimas limitadas, que caen y luego paran para no volver jamás, aceptando el sufrimiento de vidas pasadas, presentes, futuras, pariendo enfermedad, trayendo al mundo sudor que desgarra. Un sudor oscuro, que se pega a la ropa embarrara, al pelo mugriento, a la piel, que se puede oler reflejada en las miradas de los que tienen una casa, con agua caliente y una estufa que abraza. Soledad, soledad en la igualdad de desigualdades cercanas, la certeza del hambre, la lluvia y las bolas. La mentira acertada es aquella formulada en la promesa esperada. Lagrima agotada de tristeza acumulada.
He visto la pobreza a la cara, y esa visión me devolvió la mirada. Esa acción me destrozo, pues los ojos casi muertos me mataron, mataron dentro de mi aquellos lugares que nunca he respirado, que llevo eternos en mí con la carga de un peso inhumano, cierta certeza de total impotencia, de crecientes iras que no cesan.
La muerte llega onírica dentro de la cloaca, llega desde el ilusionario drogado para cortar el flujo de lo muerto antaño. Aparece con un sonriente rostro cruel que se seca y desvanece, tan vital como nunca fue. Luego el olor se hace más fuerte, las moscas se posan revirtiendo las cualidades del ser viviente.
Muere para alimentar, alimañas que rectan para alcanzar, el objetivo perdido de su alimento actual: intentar amanecer una vez más.