sábado, 16 de abril de 2016

Migrando


Allí donde los pájaros se reúnen a cantar, bajo las hojas de aquel gran árbol primaveral, se camuflan también entre sus ramas los llantos de los renegados. Aves sin voz, aves de alas rotas y color retinto. Seres que se iluminan solo por la luz nocturna de la luna. Libres, indomables.

Entre los bosques de lagrimas, dos miradas que se cruzan por la casualidad, por una atracción primitiva previamente escrita. La magia forma parte de la fantasía hasta que se vuelve realidad, y las coincidencias son tan espectaculares que es imposible renegar del rezar. Pedir por la eternidad.
Cantan juntos a la distancia, sin desconfiar de su idéntico mirar, la seducción trae miedos y la inexperiencia una novel actuación llena de errores necios. La soledad es fuerte, su tenacidad puede incluso con su portador.
En su canto invita a volar. La pasividad, el miedo, y aquel ego, momifican las herramientas de vuelo. Una de ellas se a olvidado en cuerpo, de como se surcan los cielos. Escapa a la vergüenza, rendida ante la realidad de un amor espiritual. Escabulléndose en la cobardía de abandonar, sin silbar una vez más.
Sin saberlo, hace llorar a su compañero, que parte en solitario hacia el infinito horizonte de nubes solares.
No muere en lo físico, pudre en lo emocional, su espíritu de libertad se rompe de a poco, y aquello que se rompe tarde sanara, cicatrizando fortaleza. Escapando por delante de la lluvia seca de otoño.

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