domingo, 24 de diciembre de 2017

Presidenciable


Desde fuera es razonable, desde dentro es culpable.
La apatía como síntoma psiquiátrico y sistemático de la sociedad. Queda en evidencia que la humanidad se merece a los lideres ridículos que tiene, pues su población, payasa e ignorante, no es capaz de evolucionar. Mente colmena, enajenada, con problemas psicológicos infecciosos que afectan al conjunto mayoritario de individuos que unifican la masificación, con la que avalan sus actos de barbarie incrédula. Como un virus invisible que se traslada a los débiles cerebros, parásito que nutre del ego.
Patético, triste, y casi desesperanzador, es el cuerpo del delito. Un estado de ensueño perpetuo donde toda voluntad es apostada. Prostituida sin más con el fin negacionista del bienestar irracional. El mal llamado bien común que se generaliza en lenguaje gutural de vómitos pronunciados.

Compadecerse, pues la maldad es una cadera hereditaria que es compleja al sajar.
Nacer de enfermedad para suceder el contagio desde la cuna, mecido engendro en oscura luna.
Quien predice no es más que un niño enfermo, lleno de carencias afectivas. Un niño que creció, y a pesar de ser mayor nunca sera un hombre. De esa forma vivió y de esa forma morirá, porque como en todo, hay un punto de no retorno.
El dolor es natural, resultando adecuadamente sano tratar; pero en el fondo, en la tranquilidad meditada, el conocimiento destaca su realidad, intelectualidad que da paso a lo moral, y es complicado juzgar en la totalidad a una persona enferma, enferma y terminar, que hizo de su vida lo peor a lo que pudo optar. Alma, respira, pero esta muerta en vida, en un estado autodestructivo de consciencia vegetativo, que lamentablemente se lleva a otros consigo, otros igualmente desprotegidos por la estupidez.
En vez de plata se tallo en madera su cuchara sucedida. En ese vació absoluto se nutre el parásito que sostiene el negro corazón, digno sucesor del mundo que lo concibió. Infierno terrenal para el control global.
Sentado en el trono. Un cadáver respira. Prácticamente desintegrada toda noción empática a la realidad. Allí, un éter practica humanidad, heraldo de un mal indescifrable. Del innombrable, señor de mil rostros. Aquel con el que el ignorante juega a crear la creencia, la existencia de la antítesis blanca que tiende a decolorar aquello que emana. Un bien que justifique el mal hacer de quienes icor detentan por sangre tener.

Ningún hechizo lo podrá salvar, pues de la muerte no volverá. No hay reversa plausible para la entropía; de cualquier forma tampoco la merecería.

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