domingo, 17 de mayo de 2015

¿De qué clase de hombres?*


Fueron dos, cuatro, u ocho las gotas.
Fueron las gotas que pude llegar a formar. Iba contando cada una individual a pesar de la incontabilidad. El parpado se llena y reboza una lagrima que cae por el rostro guiada por la gravedad. Se arrastra por la piel, perdiéndose entre el bosque. Desaparece, pero sigue estando pues se siente. Como se siente un amor que no se ve, pero sigue presente.

Por fuera de un mundo interior, otra realidad, donde la temperatura refleja lo personal, observándose por el cristal un parecido tan cotidiano. Lluvia en domingo.
Se van juntando, como en el parpado, se agrupan y se colapsan, pues cuando se encuentran se deben separar. Como lo hacen las almas.
Caen sin piedad, y caen sin entender que las impulsa hacia donde van, pero no importa, pues muertas están. Tan frías, insípidas, sin sal.

Salgo a un encuentro, me asomo por completo ante el natural bombardeo. Se acercan en fragmentos que me bañan, mojando mi rostro, mis ropas, mi esperanza. Llevándose una tranquilidad, pero jamas tu marca. Mi compañía preciada.

Siento la sana suciedad, como el barro absorbe el cabello, como las ropas se estiran pegándose en el cuerpo, hundiéndose con el.
Tierra, infinidad de cadáveres de lo que una vez se movió, arrastró, caminó, o creció de las entraña de sus padres para dejar sus extremidades al son del viento de otoño.
Vidas sin más, muertas y trasformadas en lo que ahora me succionada.
Seré parte hoy de ello, como un humano vivo entre vegetación e insectos, bacterias, cosas que no comprendo. Pidiendo paciencia a un terreno del cual tarde o temprano formare alimento.
Yendo contigo y tu tinte anaranjada. Fertilizando los frutos que los hijos comerán, los hijos del hombre.

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