miércoles, 19 de agosto de 2015

A tú merced mi estupidez

En el punto en el que el odio trae mejores recuerdos caen como granizo las montañas que antes fueron mar, creando un teórico desierto de arenas insomne de inmaduras intenciones; en un lugar cercano: aquella grandiosa piel que brilla responsable de los horrores respira lúgubre.
Ya no habrá lugar fresco en el que viva un alma que haya sido poseída por aquel flujo de luz que despega de la tierra para hacerse uno con el cielo, apuntando de cabeza hacia la tormenta.

Lo artífice es parte circunstancial de lo sublime, lo que ahora ha inspirado un nuevo chiste. Mis lecciones fueron más que un simple yo de aquel instante que te aterro, el algo independiente de mi mismo que siega el egocentrismo. Pocas cosas son causa de aquel dolor que se observo desde tus ojos, la mirada cercana de un amor que abandonabas, son aquellas tibias intenciones que no llegaron a hacer nada más que marcar lo que no llego a ser, ni luz ni crecimiento, ni ruinas ni arrepentimiento. Simplemente lo simple, como siempre, mil horas de distracción, contemplación de lo mundano con el pensamiento mal clavado.
Encontraste aquel tercer amigo de carne completando la trinidad, refracción, tiniebla, sangre, el hechizo fallido de creación.

El villano al servicio del dolor, de angustiantes situaciones a su merced, de miméticas que se confunden con placer. Un instante de año, varios meses extraviado.