sábado, 29 de abril de 2017

Nieve espesa como niebla


Nieva en la luna una blanca lluvia. Trasmite la música vacía que el cielo estelar transita. La voz de canción serena se siembra en la tierra, de allí el leñador ve crecer en esplendor reciproco la celestial presencia de celeste princesa. Nace la mujer de la luz que resplandece, de las frescas yemas de bambú que crecen del cieno.

Brilla un nombre de incontables cualidades, mito de luciérnaga apagada, penas del alma.
Manifestando amor a una belleza sin verla, se antepone lujuria a avaricia. Un defecto auspicia otro con riqueza finita.
El árbol, el dios, la rata, la ostra, el dragón; un amor humilde y campesino. Amor lejano a imperante institución, sentimiento superior.
Serenidad perversa de los días, corazones de los hombres, falo estigma. Del deseo nace la promesa inconclusa, de las feromonas que una doncella expulsa. Habla del imaginario masculino por la posesión, de la posición que compra antojo, donde el soborno forma el juego. Un azar deshonesto que se rige por el pueblo.

El auxilio sin voz, sin salada expresión, canta con muda melodía los anhelos de otra vida. Canciones del pasado que regresan reconstruidas en voz pura, sin experiencias ni mentiras. Nace de la noche la respuesta lumínica de la luna que brilla, brilla redonda sin redención, demostrándose desnuda frente a su victima, a chica incomprendida.

Cae el desfile celestial, rechazando la violencia con somnolencia, negando la posibilidad de escuchar la realidad manifestada por su princesa, igualmente patriarcada en decisiones tomadas.

De todo nace el resentimiento sofocante, cubre como un manto trasparente las cargas presentes que se hacen permanentes. Del ayer un hoy, del pasado el mañana, perpetua frustración entre susurros que matan.

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