jueves, 22 de enero de 2015

Pequeño cuento


Había una vez una Princesa de un reino místico y alejado, su pueblo de guerreros prácticamente extinto prevalecen en un pequeño vestigio del desierto, un lugar tan alejado y hostil que solo su geografía hace de muro y ejercito. Mucho se dice sobre su gente, y pocos reinos externos han tenido contacto alguna vez con ellos, tanto que su mera existencia es una leyenda, leyenda que incita a un Príncipe a encontrar los vestigios de aquella civilización para cumplir el mantra que lo mueve hacia el norte. 

'El hombre real encontrara - El hombre real encontrara'

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Nunca supo qué, pero tuvo mayor certeza. Su historia comienza cuando comienza la de ella. Quizás por destino, la fuerza absoluta en la que pocos creen. El sabia lo que buscaba, fue más lo que encontró en su mirada.

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Fueron caballos, camellos, lagartos, serpientes del desierto y pterodactilos sus aliados. Al final llego por su propio pie, aunque dentro de su estomago carne de todos ellos perduraba. 

Cuando se adentraba agotado por las ruinas, la primera mujer que lo vio, que el vio al cruzar las miradas, no pudo distinguirlo. Sus ropas eran extrañas, pero su piel tostada era camuflaje en la arena. La chica era bella, lo saludo cortésmente, desapareciendo entre columnas. La arena era calidad en sus pies sin calzados, de un amarillo casi blanco, suave, nieve caliente pensó y sonrió, fue entonces que desmallo. 

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Se miraban, y ninguno de los dos pensaba, no sabían nada, solo se miraban, con una intranquila paciencia que quería llegar lejos y a su ves permanecer en ese estado tan perpetuo. Fue la puerta que se abrió la que oyeron los dos sin inmutarse, fue la voz de la mujer la que hizo separar por primera ves sus miradas. 

Los gritos que escuchaba mientras se encontraba acostado en aquel cuarto le dieron fuerzas para levantar y cruzar la puerta, allí estaba la chica más hermosa que jamas había visto, con la cabeza gacha, intimidada por su madre que la regañaba en un acento peculiar. Entendió el idioma e interrumpió. 

-Nos amamos, al menos yo la amo y quiero estar a su lado, le debo mi vida. Le regalare la mía. He viajado desde lejos por encontrar una razón, y al borde de la muerte encontré aquello que buscaba. No lo comprendí hasta haber visto sus ojos. Volvería a hacerlo por éste corto momento juntos- 

Frunciendo el ceño con rencor, la madre callo. La vida juntos comenzó.

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La ceremonia se festejo en el lugar de origen de la novia, la magia de las brujas envió su esencia en forma de fuego. 

La primera información surgió como explosión artificial que baño las calles del reinos en susurros y visiones. Todos pudieron soñar la boda de su príncipe con aquella plebeya hecha su princesa.

Los reyes contemplaron a su hijo ser feliz, todos pudieron empatizar la felicidad que ambos corazones sentían. La reina lloraba de emoción en su trono, tomando la mano de su rey que la apretaba con fuerza por el sentimiento de orgullo que sentía. No hacían falta ver sus lagrimas. 


Fue enorme. Nadie lo creía, ver su ciudad-ruina tan poblada, llena de luz, música y festejo. Fue una enorme peregrinación la que los reyes del sur financiaron, conocer a la familia del futuro rey, conocer a la joven princesa. 

Sin romper el protocolo se saludaron con nobleza, luego ambos brazos del príncipe se estiraron hacia sus padres que iban de la mano, tomaran con sus manos libre los brazos de el, uno cada uno, luego el abrazo se conjunto. Ella esperaba detrás de el, tímidamente observando en aquella sala sagrada donde antes hubo sido la cámara de un emperador. Cedida por el consejo para la ocasión. La tarde iluminaba naturalmente, las luces traídas desde el reino de su marido agregaban un efecto mágico distinto. A esa mañana ella se iría con el, para vivir juntos, con la promesa de volver. 

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El carruaje era un tortuga-oso, cuerpo reptil y patas peludas. El caparazón amplio disponía de intimidad, ventanas de polígonos eran cubiertas por dentro por rojas sedas que la luna llena iluminaba. La alfombra de piel gruesa y los almohadones cobijaban con un calor cómodo que la reciente princesa jamas había experimentado, estaban llegando tras el largo camino y el frío exterior invitaba al acercamiento. Habían dormido todo el viaje juntos, se habían besado arduamente, pero lo que comenzaron a sentir aquella noche fue algo que los dos sentían de la misma forma y las ropas interrumpían de alguna forma. 

Con la penetración el hechizo activo. El cielo se nublo y millones de relámpagos cayeron al rededor del camino del bosque, vaporizando en humo negro los arboles lindantes. 

El miedo los abrazo, la trasmutación encogió paulatinamente su cuerpo de mujer ya de por si pequeño, el miraba a sus ojos desde cerca, a intervalos de segundos la erección salio de ella. 

El terror en los dos se hizo un grito sordo entre el tinte rojo.

Sentado en el fino pelaje del alfombrado miro a su amor trasformado en un pequeño conejo marrón, el color ocre de su piel se mantuvo. Su nariz parpadeaba, un ojo miraba lateral, el buscaba un algo humano en aquella esfera negra. Aun siendo dócil el cuerpo de su captor actuaba con los leves instintos de un conejo, inevitables para ella. 

Cuando las lagrimas cesaron se acerco para recogerla y sentir un calor en su pecho desnudo, quizás lo habitual en la temperatura de esa raza, pero indudablemente parecido al cabello de ella al dormitar.

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La entrada al reino fue negra, antes del amanecer cruzaron las calles de la ciudad con el mayor silencio, mientras el pueblo aun dormía y los primeros rayos del alba se mostraban. La mirada desde abajo en sus brazos, mientras daba de comer un trozo de zanahoria de una manera dulce que lo conmovía entre sollozos. La beso entre la orejas antes de que la puerta de lados rectos se abriera en el caparazones, bajo en silencio, provocando solo un golpe con sus pies al saltar. No espero a las escalinatas, los reyes frente a el esperaban la bajada de ambos, y así fue, pero no de la forma protocolaria, humana.

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Dedicaron todos los esfuerzos mágicos desde todos los rincones del mundo, nadie supo que hacer. Las presentaciones de la princesa se alargaban y las fechas fijadas eran siempre canceladas, las escusas de agotaban. 

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Entre noches enteras pensando, entre terrible sufrimiento el príncipe tomo la decisión, sin consultas ni permisos congrego a la nación. 

El equipo de sastre corrió y trabajo a destiempo sobre ella, callando para no ofender al loco príncipe. Al terminar el vestido, todo estaba listo. 

Los muros del castillo desbordaban multitud expectante y cuando las puertas del balcón se abrieron el murmullo se trasformo en un silencio fijado.

El, bien uniformado, ella, un conejo, vestida de princesa entre sus brazos. 

Lloro haciendo de su dolor un eco lejano, el pueblo clamo en emoción, y el hechizo de la madre se desvaneció como llego, a pedazos su cuerpo tomo la forma humana junto al vestido confeccionado. Quedo a la par de el, tan perfecta como la primera vez. 

El mar de gritos y festejos inundo todo, y la historia fue leyenda. La del Príncipe y la Princesa que rompieron ante los prejuicios de una bruja madre un conjuro destinado al mal, el poder del amor de verdad.

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