Seres humanos que carecen del adjetivo,
aquellos que rodean una vida que es la mía. Estar o dejar de estar,
señal por señalar, carencias atroces de todos los sentidos
imposibilitan el florecimiento de virtudes activas.
Las desilusiones continuas se acumulan,
en un torrente de aguas negras innavegables. La sal que las componen
en su totalidad son de lagrimas. La vida esta teñida de almas
ennegrecidas.
Me acuesto en un lugar, sobre un
colchón anterior, de un presente pasado. En el pienso en los
momentos que no fueron trasferidos a la realidad. En las razones de
esa incapacidad, en los deseos alejados y muertos. Me entristezco a
mi mismo, me sumerjo en la pasividad, me quedo, duermo.
Voy más allá del mero pensamiento,
vuelvo a llorar por el mismo motivo viejo, pienso, y dejo de pensar
por un momento eterno. Voy observando como la luz del atardecer se
esfuma lentamente por la ventana que la enmarca. Empiezo a tener
miedo, miedo de tener otra vez mis miedos.
Podría haber dado tanto. El cajón de cristales y vieja correspondencia guarda mis piadosos secretos. Los que voy guardando como sorpresas planificadas para ciertos momentos. Nunca se dan, y los objetos que guardan son meros recuerdos. Lugares que hubiera compartido, se hicieron solo míos.
Odiar a quien se lo merece no se trasforma en la opción, la mente dio respuesta a valorar lo que no tiene mucho valor, comprender el significado de las acciones acobardadas y el horror. Amar sin compasiones, comprender de un lado a otro los aciertos junto a los errores. Lo que suma es el amor, el cariño por las personas capaces de sentirlo, indiferente de significados adversos, agresivos.
El ego mata todo, es un insecticida
letal para las almas. Llega con su velo de maldad y cubre de
tinieblas lo logrado, conquista sin dilaciones. Reinando hasta en los
rincones de bondad.
Quema, quema individual y en área. El
cariño ajeno ofrendado, el cariño propio a dar. Se hace polvo una
esperanza en llamas que no fue alimentada. Cenizas muertas por el
viento, congeladas en infiernos.