lunes, 23 de septiembre de 2013

Manto cereza / Mordisco chocolate


Como si vinieras a casa solo para dormir un rato conmigo y luego irte. Así es como pasa cuando me acuesto. Imagino que entras con al pijama, una remera ancha, un pantalón que te queda grande, te acuestas suave en la cama, sin decir nada, me miras y me abrazas, haces un sonido animal, de cría, algo lindo que sabes que me conmueve y desata mi ternura. Te apoyas en el hombro, cierra los ojos, a veces me muerdes la camisa o incluso a mi, no me duele, por eso lo haces, lo haces para que te mime, como reclamo, para que levante un poco tu remera y te acaricie la espalda, o enrede mis dedos en tu cabello y rasque delicadamente la cabeza.

No me dan ganas de llorar cuando me acuesto y lo pienso. Solo al escribirlo comienzo a sentir la agonía de la realidad, cuando estoy bajo las sabanas contigo me siento feliz, y todo esto es realidad.

Justo al despertar no estas, pero siento mi mejilla húmeda, distinta, siento la presión del beso de despedida. Coloco mis yemas y acaricio lo que queda de tus labios.

Sí, roncar al unisono nos une en cuerpo y alma, soñemos al unisono y descansemos del mismo cansancio. Intercambiando la flama de nuestros corazones.

Compartámosla. Solo nosotros tenemos el derecho de saber que queremos darnos. No tienes que justificarte ante nuestra amistad.

Despertar con buena música, pero muy bajita, con lluvia limpiando polvo y dolor, totalmente suave y cálida bajo las mantas, despertar entre mis caricias, mirarme con paz en la mirada, casi a punto de llorar, acercar los cuerpos aun más, jugar entrecruzando las piernas y volver a quedarnos dormidos en ese preciso momento.

Dormir con la tranquilidad de saber que al despertar, tomaremos una gran copa de helado.

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