sábado, 28 de septiembre de 2013

Cálamo de tinte rosáceo


Un hogar despedazado por secretos evidentes la invito a escapar hacia un páramo imposible de alcanzar. Opto por seguir la senda que pulía el río mientras dibujaba en su mente el reino al cual se dirigía, pensando en como serian sus gentes, sus costumbres y también su comida, comida que su estomago bajo la luna requería.

Sus botas cansadas vieron salir el sol, el agua grabada en su mente no dejo de ser oída durante horas, una lista de reproducción de la naturaleza. Se sentó en una gran roca que comenzaba a calentarse por el amanecer, saco chocolate blanco, agua y desayuno.

Pensaba en su familia, pensaba en el dolor, pensaba en las horas sola, pensaba en porque no podía parar de llorar, negando con la cabeza que tuviese sentimientos, omitiendo todo aquello que su otro yo sabia correcto.

El camino liquido continuaba mientras las lagrimas se secaban, los pies adormecidos comenzaron a acostumbrar el ritmo y ella comenzó a sentirse cómoda con el, con la atmósfera de fuga que estaba construyendo, una libertad buscada por años. Cada paso más cerca de la nueva vida.

Soñó con su llegada esa misma noche, que la ayudaban a establecerse, que conocería al mejor de los chicos, alguien que en todos los aspectos la cuidara. Solo esperaba ser amada, libre, feliz y con la tranquilidad de un lugar donde nadie la juzgara, que fuese respetada por su yo real. Pensó que extrañaría aquellas cosas que la complacían en la humanidad, pero sintió que al lugar al cual se dirigía habría cosas inimaginables que le darían todo lo que en su antiguo entorno no recibía.

Una brisa la llamo, todo era muy verde, casi demasiado para justificarlo, pero era hermoso, sintió el aroma floral que la guiaba.
Aquella colina parecía no terminar, era mejor que no terminara jamas, los preciosos colores la llenaban de placer. Frenó, creyó delirar con todo aquello, sintiendo que la fantasía se trasformara en pesadilla, pero la ilusión era real y su corazón albergo aun más y más dulzura. Algo original le estaba ocurriendo, algo que al fin era digno de merecer.

Ella llora, llora sakura conmoviendo, el árbol llora a su par, la cima florida en la cual nacía era el portal hacia otro lugar, a donde ella se dirigía. Lo observo al fin, tras alcanzar cumbre, lo miraba desprender sus hojas sonrosadas similares a sus brácteas de lagrimas de sombra roja que nadaban en sus mejillas igualmente sonrojadas.

Coloco las palmas de sus manos en la corteza, acerco su cuerpo, abrazo aquel hermoso espécimen vegetal con todas sus fuerzas, para traspasarlo, traspasarlo y entrar en el, ser uno con el.

Tras horas de abrazo todo cambio, cambio su espíritu, su forma, lo que la hacia pura comienzo a brotar, pétrea corteza, raíces arraigadas, pétalos lagrimares, todo trasmutado en un nuevo ser que siempre estuvo allí.

El emergió de la frescura del torrente, desnudo, impoluto, seco. Su cabello acariciaba las plantas multicolor, su piel absorbía el perfume, sus pies descalzos parecían no ensuciarse con la suave tierra. Ella no vio todo esto, solo la imagino, lo imagino al despertar y verse entre sus brazos, ver sus preciosa tez, sentir la firmeza de un cuerpo que la acurrucaba. Se cautivo con su rostro, se sorprendió con sus alas; alas que la trasportaban, la guiaban, la acompañaban hacia las decisiones que formaban su camino.    

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