Recuerdo los labios llenos de un suave
color pardo, ¿Dulce de leche quizás?, creo que no. ¿Tú que
recuerdas?
Fue hace un par de años, quizá más.
La noche tras la velada de tu cumpleaños. Profundamente tarde en una
noche, hermoso un beso en mi aterriza, y yo, que aun no estaba
dormido, reí con calor. -Helado -pronuncia tu voz-. -Lo comimos todo
-surge en la oscuridad de la mía-. Una luz se enciende, y mis ojos
se giran junto con mi cuerpo y te miran, llegando a los tuyos, que no
estaban afectados por el repentino resplandor. Arrodillada con una
camisa tan larga que parecía una capa, te hacia un dulce fantasma.
-Te dije que helado -replicas-.
Tarde el reloj, enfrente de la puerta,
llevas un pantalón de lana negro, un abrigo mio aun más
fantasmagorico, aun más dulce. Y yo igual que tú, pero con
zapatillas en vez de con pantuflas de dinosaurio naranja. Las miro, y
me miras. -Es mi cumpleaños -dices-. Y yo pienso que ya ha pasado
hace mucho rato. Entonces abro la puerta, y bajo el bordillo de
salida, coloco las manos y espero tu salto. -Vamos caprichosa -y
saltas-.
Vas casi dormidita, veo como los nuevos
peluches naranjas botan a cada paso que doy, pienso que fue un lindo
regalo, y me alegro. Siento tu cabeza cayendo en mi hombro por
detrás. Y me doy cuenta que viajas pensando, paseando el paisaje en
tu mente. Disfrutando de la noche, como al entrar a una ciudad nueva,
con una paz y tranquilidad serena. Esta húmedo y fresco, muy
agradable, completando el circulo perfecto de un día cálido y
soleado. Se ve como la leve lluvia baño el pueblo poco antes.
Hermoso.
Cruzamos calles, pensando en que voy a
pedir, imaginando que pedirás tú. Un dulce de leche, algún
chocolate, supongo. Al llegar, lo vemos abierto, de madrugada, cuando
el antojo del helado despierta. Como te despertó a ti esa noche, por
lo que me hiciste levantar a mi. Te bajo, y te dejo cerca, sentada en
un banco. Dulce me miras, mientras me acerco a pedir. No has dicho
nada desde que salimos de casa, y presiento que serán una de esas
raras noches, en la que solo hablas con miradas.
Observo los sabores, recopilo lo que
quizás quieres probar. Y pido, pido, un cucurucho grande, el más
grande que tienen que es muy grande, pido dos. Yo se que el mio me lo
comeré, y se que si no quieres me darás del tuyo, aunque más de
una vez, ese cuerpo pequeñito y delicado logra ganarme. Doy a cobrar
y regreso con dos conos monumentales, que forman un diamante a lo
lejos, mitad barquillo, mitad helado. Una sonrisa enorme pone tu cara
al observar, pero es una sonrisa muy simple, sin mostrar la
dentadura, es enorme, y a la vez muy pequeña. La imagen que
representa lo que me siente tu verdadera identidad. Yo, intento
llegar a la misma intensidad, con la sencillez.
En una mano, una dulce crema de nata
blanca, decorada con frezas rojas grandes como manzanas. En la otra
mano, lo mismo, pero de un helado rosado, con canicas rojas intentas
de cerezas. Me siento a tu lado y me miras, con las manos hundidas en
el abrigo demasiado grande. Miras los helados, sonríes y me miras a
mi nuevamente. No se que hacer, no dices nada, y quiero seguir el
juego de no hablar. Entonces me pongo de pie, y nos vamos por el
parque, la fuente y los bancos que tiene la heladería, tiene algunos
rincones privados. Me sigues fielmente hasta un lugar, donde hay una
pequeña fuente de agua en forma de catarata a nuestra espalda.
Le doy un buen lenguetazo al helado de
frutillas, y te lo llevo el resultado a la boca, te alimentas de mi,
me la envuelves con los labios y recoges. Me miras seria, y
entusiasmada por la idea. Con esa mirada de amor eterna. Y las
frutillas viajan hasta tu boca. Nadie nos ve, nadie esta cerca y
estamos en nuestro hogar, jugando, tonteando, haciendo lo que a
nosotros nos gusta jugar. Al contacto dulce y divertido, sexy y
tranquilo. Como también del helado, hasta que siento que en la otra
mano, algo va resbalando. Entonces me lo quitas de la mano, giras
enteramente el cono para limpiar los bordes. Tomas hábilmente con la
lengua la cereza que corona la fría colina, juegas unas vueltas con
ella en tu boca, y me la muestras entre los labios. Buscando captar
mi atención, buscando que la robe. Se deja robar, pero sin antes
jugar conmigo con ella de boca en boca. El mismo proceso se repite
con las cerezas, con las frezas.
Al acabar el helado, te me quedas
mirando al masticar el cucurucho, algo tan normal en vos. Ese regalo,
la fascinación que tengo por verte hacer cualquier cosa, que conoces
y buscas entregar.
Con la punta del cucurucho, te doy un
beso de pingüino, que me rompes de un mordisco tenaz y divertido.
Estas feliz, me abrazas mientras, sentada en mi regazo. Ves que llevo
algunos dedos manchados para limpiarlos con saliva. Solo llego a
limpiar uno, otros dedos son atrapados por ti, y limpiados a tu
manera.
Los besos, el sabor de ellos mezclados
con el helado, ¿Lo puedes recordar?
Recuerdo que volví contigo a casa,
ahora, abrazados por delante, estuvimos mucho tiempo sentados,
pasando el tiempo con amor. Te quedaste dormida, y volví a llevarte
en brazos.
Respirabas mi cuello, sumamente
agradable. Hasta que por la mitad del camino, un relámpago broto,
junto a miles de gotas de lluvia. Llevabas la capucha, yo no tenia la
mía, y no podía soltarte. No quería sostenerte con una mano he
interrumpir tu tranquilidad. La lluvia caía, y no lo notabas, estaba
tibia y yo seguía mientras nos empapábamos. Lo recuerdo claramente.
Dos o tres manzanas, totalmente
mojados, y vos aun sin despertar. Abrí la casa y entramos, aun te
tenia en brazos. Entramos en el baño y despacio te deje en la ducha,
mientras iba a buscar el calefactor. Al regresar, te veo despertar,
intentando averiguar como terminamos así. Sumamente feliz,
sonriendo, goleando con el pie el grifo que se abre y comienza a
mojar, mojando aun más la ropa mojada. Me estiras la mano y me
invitas a entrar, y así lo hago. Compartiendo la locura de tu risa.
Abrazados, me sacas la lengua, solo una
puntito con forma de frutilla. Y la muerdo, y la guardas sonriendo,
diciendo, -Yo se algo con certeza, tú fascinación secreta por la
cereza.
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