jueves, 27 de noviembre de 2014

Doble encuentro


Empiezas a sentir un olor a fragancia floral, la tele cambia de canal sonando una canción favorita que te recuerda a mi, se proyecta en la pantalla una luz brillante naranja como el sol. Sales del cuarto, la música parece provenir de fuera, de todas parte, como si estuviera en tu cabeza. Vas hacia el salón dirigiéndote hacia la puerta para abrirla como si una fuerza te obligase, lo haces pero no ves lo habitual. Tu casa esta en una colina nocturna, rodeada de flores que se iluminan por el volar tintineaste de millones de luciérnagas. Entonces esa magia se frena cuando detrás de ti escuchas un sonido que te da vuelta, se abre la puerta del congelador, y ves desde lejos como salta escarcha desde dentro. Algo se arrastra en su interior, la curiosidad te llama y saltas en un paso hacia atrás al sorprenderte por ver a un hombre maduro nacer de ella. Cae parido por el hielo, totalmente desnudo y frio, cubierto con una capa de nieve. Te acercas tras la barra a mirar, la puerta del congelador de cierras logrando ver un túnel negro que sopla un aire frió. El hombre tiembla en el suelo, el hombre eleva la mirada cuando te agachas para elevar su cara. Soy yo, frente a vos.

Al reconocerme te sorprendes pálida, me ayudas a levantar, tomas mis manos y al incorporarme miras el dorso de mi brazo, y allí esta la comprobación de que soy yo, tu nombre cifrado en el, tintado para siempre con el color de la miel. Con tu abrazo secas la escarcha, limpias con el contacto parte del frió de mi piel. Tu mano abraza mi mano, me lleva consigo al baño.
Me miras, tímidamente me miras, curiosa de mi, de quien soy. Tras la mirada te apuras para abrir los grifos que lanzan agua. Me invitas a pasar para calentarme. Me sientas para acariciar con tus manos el cuerpo que con tus mimos vas calentando.
Me tocas todo fingiendo no querer tocar, actuando muy profesional. Me sacas, me secas con una toalla, me la envuelves como una capa y me vuelves a llevar. Al entrar me ves mirar tu cuarto como desconcertado, yo en todo momento no he hablado. En tu cuarto me sacas la toalla y me sientas en la cama, te paras entre mis piernas para secar mi cabello con respeto y cuidado. Pasas la toalla por mi rostro, me miras, tus dedos miran mis labios con el tacto. Te veo morder tus labios.

Me das la espalda y das los pasos necesarios para cerrar la puerta, luego le das la espalda y te apoyas en ella. La distancia que nos separa no es nada, ya me tienes solo para ti. Cada paso que das es una prenda menos en ti. Desnuda me empujas hacia atrás para tirarme contra la pared, te sientas de espalda acercándote más. El cabello largo se enrosca con tus manos cayendo por delante, bajando como catarata por un pecho. En la nuca observo que por tu columna baja otra, una metálica y ruda. Me esperas para abrir la cremallera, los dientes que se abren dejan escapar una luz cegadora, entendiendo por fin en el contacto contigo todas las razones y misterios en un segundo resueltos. 

Bajo hasta el final que llega hasta tu cintura, brillas, eres toda tú, pero de energía atómica solar. Te desenfundas, te desnudas de verdad ante mi, la capucha de tu cabeza, los hombros, se despegan de tus pechos bajando por el abdomen, parándote para quitarte las calzas de piel de tus piernas, tus pies. Luego giras, con los pezones tras un brazo, una mano tapando la entrepierna. Tu rostro original es igual de perfecto, es el mismo, tan puro y abrumador, un cristal de ámbar aun vivo. Te acuestas en mi, acurrucándote, dejando libres tus brazos para abrazarme cuando te cubres luz con piel en mi cuerpo. Abres tu boca desde abajo para comerme los labios, y al aceptar ese regalo el contacto de las bocas crea un estallido, brillo contigo.

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