Es tan seductora la locura que me enturbia, es el almíbar aun tibio de un sentimiento. Regala ese dulce secreto, el rubor con tu sonrisa, la mirada con rocío de lluvia y una postura defensiva a los ojos que te miran.
Es la hora de finalizar el sueño, la hora en la que suena una campana y un despertador, en un lugar y en otro del globo, sincronizados en una danza mundial de amor. Y el despertar es feliz, desesperado, buscando aquello que es tan lejano, y real, tan real como el sol a la mañana, y la luna durante las noches de charla. Como el cielo que nos conecta y nos trae esa briza que acaricia al unisono tú mejilla y la mía. La blanca luna, el espejo, la forma de comunicarnos con lo verdadero. Todo lo que es y sera por siempre motivación y sueño. El empuje que nos ha llevado al encuentro.
El amor sin más, con miles de motivos y ninguna explicación. El deseo infiel y pagano del corazón, el señalado y perseguido por los que a nada aspiran, de los que la vida no reciben ni dan aquella energía que nosotros creamos y regalamos al amar.
Un ciclo perfecto de bondad, donde nada se rompe. Me alimento de ti, tú de mi; me curas, y yo te curo. De esa forma, paso a paso llegamos. Atravesamos todos los mares y desiertos. Tras tanto sacrificio, descubrimos que el paraíso estaba en el lugar al que siempre volvimos, del que nunca partimos...
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